Cuentan que un
día el conde de León y el Duque de Noel se toparon en la avenida. Se detuvieron fingiendo una reverencia para admirar
mejor el ejemplar de narciso espejo que cada uno lucía en el
ojal de la solapa.
«¡Hasta hoy no creí que hubiera en el mundo entero flor tan
exquisita que igualase en belleza a la mía!», exclamaron al
unísono.
Tras lo cual se saludaron cortésmente y siguieron su camino.